La mujer y el peronismo
por Laura Gastaldi (1)
Evita contribuyó poderosamente a la incorporación masiva de la mujer a la vida política Argentina. Sus ideas han tenido un impacto profundo en el movimiento nacional y todavía se sienten al presente. Es imposible negar las implicancias y el significado del peronismo en nuestra historia, y en la historia particular de las mujeres argentinas y su relación social respecto al hombre. Es también un deber de militantes, revisar esta historia buscando elaborar explicaciones que permitan algún día, superar las derrotas y convertirnos en la Nación soberana que todavía no podemos ser.
Aquí mi pequeño homenaje y agradecimiento a nuestra Evita inmortal: dejo abierta la discusión.
El voto femenino
Gran parte de la literatura, con mayor o menor rigor historiográfico, atribuye la sanción de la ley del voto femenino a los esfuerzos de Evita. No hay duda alguna que ella participó activamente en la campaña a favor, pero no jugó un papel decisivo en la aprobación de la ley 13.010. Sin desmerecer para nada su papel, el examen riguroso de los hechos revela que fue Perón y no ella quien impulsó el voto de la mujer.
Evita se integró a la lucha por el voto en la última etapa de un proceso que había comenzado 30 años antes de la mano de las feministas. A principio del siglo XX, la participación de las mujeres en la política era consecuencia de anarquistas y sindicalistas que llevaban adelante una lucha en sectores rurales y proletarios, motivadas principalmente por mejoras en sus precarias condiciones laborales. Las agrupaciones propiamente feministas surgen en esa época como parte de un movimiento mundial iniciado en Europa y EEUU. Sus motivaciones eran la incorporación de la mujer a los derechos civiles. Orbitaban políticamente sobre el Partido Socialista fundado por Juan B Justo, de base social urbana y pequeñoburguesa y que pregonaba una política económica librecambista. Estas agrupaciones, donde circulaban nombre ilustres para el feminismo como Alicia Moreau de Justo, Sara justo, Julieta Lantieri y Elvira Rawson reunían a mujeres universitarias de clase media alta. En la década del 20, cuando se reforma el código civil y se altera parcialmente la inferioridad jurídica de la mujer, la lucha por el voto se transformó en el objetivo principal de las feministas argentinas. Sin embargo, sus divisiones ideológicas y sus prejuicios de clase, las limitaron a la hora de elaborar una acción conjunta durante toda la década del 30. La Asociación Argentina para el Sufragio, por ejemplo, habitada por damas oligárquicas y de apellidos ingleses, quería el voto solamente para las mujeres que supieran leer y escribir. Decían que las analfabetas eran diferentes a los varones analfabetos, pues ellos conocían a los partidos políticos. Las Socialistas, en cambio, rechazaban estas restricciones y pedían, además del voto, también el divorcio.
La irrupción de Perón en el escenario político alteró profundamente el devenir de aquel Movimiento Feminista. Aunque fue el primer gobernante argentino que declaró su apoyo al sufragio de las mujeres, la mayor parte de ellas dejó de lado su feminismo y sus diferencias internas y se reagrupó entorno de los partidos políticos, pasando a formar parte integral de la oposición al peronismo. En septiembre del 43, luego de la revolución del 4 de junio, realizaron una asamblea nacional para debatir la posición de la mujer frente a la situación institucional por la que atraviesa el país y frente al voto femenino que ya aparecía con serias posibilidades de concretarse. El lema de la asamblea fue: “Sufragio femenino, pero sancionado por un Congreso elegido en comicios honestos”. Una de las muchas oradoras fue Victoria Ocampo. Luego, volcaron su participación en la Unión Democrática, firmando de esta manera su propia sentencia de muerte. Después de las elecciones del 46, cuando se plantea de nuevo la cuestión del sufragio femenino, las condiciones políticas habían cambiado tan rotundamente, ya no podían jugar ningún papel.
La politización masiva de las mujeres se produce gracias a Perón. La mujer no fue ajena al 17 de octubre. Las grandes mayorías se ven favorecidas por las medidas que cambian sus condiciones laborales o las de sus esposos e hijos, desde que el Coronel Perón ocupó la Secretaría de Trabajo. Desde allí, atendió también sus necesidades particulares, creando la división de trabajo y asistencia de la mujer. En ese período, las mujeres que trabajaban en la industria alimenticia, por ejemplo, vieron reducir la brecha salarial con respecto a los hombres del 40 al 20%. O quienes trabajan en sus hogares son destinatarias del salario mínimo. Durante la industrialización de la Argentina se incrementaron enormemente las posibilidades laborales para las mujeres, aunque según el censo de 1947, la fuerza de trabajo femenina representaba solo el 20 % del total de trabajadores. El sector de servicios era quien más las concentraba. También ingresaron en gran número a tareas docentes, funciones administrativas y cargos estatales debido al amplio desarrollo del Estado peronista. La nacionalización de las empresas telefónicas por ejemplo, significó que miles y miles de mujeres, en su mayoría solteras, pudieran ingresar al sector que disponía de 10.000 empleados en 1954.
El sector industrial y fabril resultaba el segundo captador del trabajo femenino. Se incorporaron masivamente a frigoríficos y a la industria alimentaria y textil principalmente. También a la industria gráfica y aunque en las ramas duras como la metalmecánica y la petroquímica la presencia de mujeres era menor, llegaron a contar con 32 000 trabajadoras. El comercio, convertido en un área de enorme empuje en la economía, fue un lugar privilegiado del trabajo femenino. Se trataba en su mayoría de mujeres jóvenes y solteras. Analizando los picos por edad de ocupación femenina de la época, el máximo es el que comprendía hasta los 25-27 años. Esto tiene correlación con la ideología peronista que pregonaba el mandato de la mujer/ madre como política de Estado para aumentar la tasa de natalidad, de manera que las trabajadoras abandonan su lugar asalariado cuando formaban un hogar.
No hay dudas de que el peronismo sancionó leyes de protección a las trabajadoras, pero además protección a las madres trabajadoras: instalación de guarderías, exigencia en establecimientos fabriles de espacios para cuidar infantes y se amparó legalmente el despido por embarazo.
Si alguien se pregunta por qué existen entre el pueblo y los líderes de aquel movimiento lazos de unión y de lealtad tan indisolubles que sellaron con el pueblo Argentino el más grande amor y gratitud, basta leer los miles de relatos anónimos que describen cuánto cambiaron las condiciones materiales y espirituales de aquel subsuelo de la Patria. Las amas de casa reciben el salario familiar. Las empleadas domésticas, las sirvientas, se convierten en obreras asalariadas. Las obreras aumentaban sus salarios y accedían a los zapatos, a los vestidos, a las vacaciones. Ahora el patrón no podía hacer uso y abuso de las más atroces condiciones laborales porque el Estado peronista las protegía. Se impulsa así un grado superior de emancipación de la mujer, tanto en su condición humana, como en su condición de inferioridad respecto al hombre.
De esta manera, el voto femenino se convierte en la coronación, no ya de un reclamo de mujeres privilegiadas, sino de un fenómeno social que incorpora a la vida nacional a las grandes mayorías de nuestra patria. Miles de mujeres se reunieron el día de la sanción de la ley del voto frente al Congreso, con banderas y retratos de Perón y Evita. Estas mujeres del pueblo, las descamisadas, las trabajadoras, muy poco tenían que ver con las feministas de la década anterior cuyos planteos desconocían por completo. Las separaban enormes diferencias de clase y, sobre todo, la figura de Perón. Evita las identificó como sus compañeras y en sus discursos les habla directamente a ellas. Se convierte en la portavoz de un nuevo movimiento de mujeres, de origen social muy diferente al de las primeras feministas. No esconde en la Razón de mi vida que empezó a trabajar en el movimiento por la mujer porque así lo exigía la causa de Perón, ya que antes no le había prestado demasiada atención al asunto. Pero a partir de 1947 se presenta como la abanderada del voto femenino propiciando también una mayor participación de la mujer en todos los aspectos de la vida del país.
Luego, el voto femenino se hizo sentir en las elecciones de 1951, cuando Perón obtuvo el 60% del voto emitido. Ese año las mujeres constituyen el 48% de la ciudadanía y votó un 90% de las ciudadanas inscriptas.
El día de la sanción de la ley, hablan ante la multitud que esperaba fuera del Congreso: Borlenghi, Perón y, por último, Eva. Los tres discursos fueron orientados en el mismo sentido: adjudicarle a Evita el rol que ocuparía en adelante. Perón trasformó esa ceremonia en el acto fundacional para ella, la contrapartida de lo que había sido el 17 de octubre. Él era presidente de los argentinos y líder de los descamisados. Ella será a partir de esa fecha, la abanderada de las mujeres.
El Partido Peronista Femenino
En los dos años siguientes, Evita comienza sus infatigables labores que incluyen principalmente ser el nexo entre los trabajadores y Perón, su plenipotenciaria. Se pone a cargo de la Fundación Eva Perón, antiguo monopolio de la caridad manejado por la oligarquía y la iglesia y que Eva transforma en un gran aparato encargado de atender millones de necesidades en los lugares más remotos de la patria y que la consagra como verdadera abanderada de los humildes.
Pero además, en 1949 se embarca en la tarea de la creación del Partido Peronista Femenino. Organizó el mismo como una entidad paralela al Partido Peronista Masculino. Seleccionó personalmente a un grupo de 23 mujeres, la mayoría con muy escasa experiencia política, a las que llamó delegadas censistas. Con ellas impulsó la creación de unidades básicas alrededor de todo el país. Estas unidades básicas eran estrictamente femeninas y desde un primer momento cumplirán funciones algo distintas a las del Partido Peronista Masculino. No eran solamente centros de entrenamiento y difusión cultural, sino que también actúan como núcleos de acción comunitaria y recaudaban información que era luego transmitida a la Fundación Eva Perón en coordinación con la actividad social de la misma.
En las elecciones de 1948 y 1949 se logra por primera vez la incorporación de las mujeres en las candidaturas. En 1951 Evita elige personalmente a 23 diputadas que conformarán el 17% de la Cámara, y en 1952 cubrirían el 25% de las bancas del Senado de la Nación. De las elegidas, ninguna pertenecía a los antiguos cuadros que habían trabajado en la conformación del Partido Peronista Femenino. Muchas, se alejan por este motivo de la política.
La conducción vertical peronista
El principio fundamental de la rama femenina era la unidad en torno a la doctrina y la persona de Perón. En el discurso de inauguración del Partido en el teatro Cervantes en el año 1946, Evita elabora una explicación de porqué Perón debe ser reconocido y aceptado como el único líder del movimiento. La validez de las ideas reside en que han sido enunciadas por Perón. En ese discurso aparece claramente articulado por primera vez, el principal aporte ideológico de Evita al peronismo: el culto al líder. Para ella ser peronista es aceptar a Perón como líder, creer en su doctrina y ser absolutamente fiel. Se lo pide a las mujeres peronistas y no pasará mucho tiempo en que se convierta en un verdadero postulado del movimiento.
Dirigió su partido con rigidez y sin delegar un ápice de su autoridad. Este hecho incidirá en el funcionamiento del mismo luego de su muerte en 1952. Dejó su organización sin mecanismos apropiados y sin dirigentes intermedios acostumbradas a tomar decisiones y asumir responsabilidades. En este sentido, Evita solamente imitó la política que adoptó Perón durante muchos años con la rama masculina (y con el conjunto del movimiento). El comportamiento de las legisladoras peronistas desde el 51 al 55 lleva a sospechar que cuando Evita hizo la selección, no recurrió a criterios tales como independencia o capacidad de liderazgo. Parecía más bien que buscó mujeres dispuestas a aceptar sin discutir las directivas que impartía. Aprovechó esa misma ocasión para deshacerse de todas las mujeres que habían organizado el partido y que pudieran constituir una amenaza potencial para ella o que no eran enteramente manejables según su voluntad.
Evita y el rol de la mujer
Las ideas de Evita sobre las mujeres y la función que ellas cumplen en la sociedad son enteramente convencionales y tradicionales. Sin embargo, al convertir la causa de Perón en el sentido de su propia vida, Evita se reveló sin proponérselo contra las restricciones que le impone la sociedad como mujer. Fue una consecuencia imprevista, pero al quebrar la imagen de primera dama que existía entonces y ejercer actividades impropias de una mujer en su posición, ese fue el resultado.
La acción de Eva en el primer gobierno peronista destruyó así muchos de los prejuicios de ambos sexos que impedían la participación de la mujer en la vida política. Aseguró a la rama femenina un lugar dentro del mismo. Al pedir que un porcentaje de las bancas parlamentarias fuera ocupado por mujeres establece un precedente que de una forma u otra se mantuvo a través de los años.
Pero la concepción que ella tenía de las mujeres, está elaborada en detalle en las páginas finales de La Razón de mi vida. Las concibe en función del lugar que ocupan en la familia y son ante todo mujer /madre.
“Cuando debe trabajar fuera de la casa, la mujer vive como un hombre y por lo tanto se masculiniza. Lo hace porque quiere independizarse o porque el matrimonio se convierte muy a menudo en una carga pesada…… Aun así, la mujer ha nacido para formar un hogar, por lo tanto es urgente conciliar en la mujer su necesidad de ser esposa y madre con esta otra necesidad de derechos que como persona humana digna lleva también en lo más íntimo de su corazón. Una solución sería pagar un sueldo a todas las amas de casa lo cual les daría un ingreso ajeno a la voluntad del hombre. Nadie dirá que no es justo que paguemos un trabajo que aunque no se vea requiere cada día la fuerza de millones y millones de mujeres”.
Sin embargo las ideas de Evita sobre la independencia de la mujer, no tienen la misma fuerza que sus convicciones sobre Perón y la oligarquía. En La Razón de mi vida les dedica pocas páginas. Dijo muchas veces que a igual trabajo corresponde igual salario, pero durante el peronismo las mujeres no contaron con una política específica que contemple éstas necesidades y que equiparase su sueldo con el de los hombres. Aunque algunos sectores consiguieron mejorías de la brecha entre género gracias a las acciones gremiales puntuales, las diferencias salariales generales no disminuyeron durante los 9 años. Ella no usó su influencia para que otras mujeres alcanzaran posiciones relevantes en el gobierno peronista ni organizó un movimiento de mujeres en función de ellas. La CGT, tan estrechamente ligada a Evita, tampoco abrió sus cargos directivos a ninguna mujer. La creación del partido fue en realidad, la contrapartida femenina de la entidad creada por Perón y como todo en su propia vida, debía estar al servicio de Perón.
En cierto modo, también en La Razón de mi vida el verdadero protagonista es Perón. Lo define como un ser superior por su cultura y sus ideales y representa el arquetipo del padre. Ella trata constantemente de superarse y poder ser digna de él. Al hacerlo, sacrificándose en cuerpo y alma por su causa, se convierte también en un arquetipo y encarna todas las cualidades morales que le correspondían a una mujer: amor, sacrificio, renunciamiento y abnegación.
En contrapartida, muchísimos aspectos de la obra social de Eva, estuvieron dirigidos a satisfacer material y espiritualmente las necesidades de las mujeres. Los hogares de tránsito para madres con hijos y sin marido, el hogar de la empleada para muchachas solteras, hogares escuela donde las mujeres que trabajaban podían dejar a sus hijos pupilos, etc.
El peronismo venía a fundar las bases de un nacionalismo autónomo, a crear las condiciones para que ello fuera posible. Para industrializar y convertir a la Argentina en un país pujante era necesario en aquellos tiempos poblar el país. Se incluyó en el primer plan quinquenal medidas como el desarrollo de campañas nacionales para mantener al matrimonio indisoluble, la criminalización del aborto, el aumento del salario familiar y la concesión de subsidios a familias numerosas. Implícitamente, esto definía a las mujeres con una función social fundamental: la maternidad al servicio de la Nación. El sistema capitalista a nivel mundial requería aumentar la producción de mercancías, en un mundo en que todavía los mercados conservaban alta capacidad de compra. Los grandes Estados de bienestar capitalistas toman medidas similares en la posguerra, para aumentar la natalidad, desplazando a la mujer del trabajo asalariado y devolviéndola al hogar con el salario familiar.
Si pretendemos tomar el legado de Evita y del peronismo y adaptarlo a la actualidad, corresponde al menos cuestionar estos preceptos, dadas las circunstancias que atraviesa el sistema mercantil a nivel mundial. ¿Actualmente es necesario “poblar” la Argentina para convertirnos en un país pujante? El estado actual del capitalismo senil, su deriva en la robótica y la alta especialización tecnológica, no requieren necesariamente poblar nuestro suelo para poder implementarse. Hoy por hoy, adoptar estos conceptos como argumentos contra la legalización del aborto, es cuanto menos discutible.
Rescatar el pensamiento de Evita como pieza intocable de museo no puede más que convertirse en un hecho anacrónico. Es tan innecesario cubrir a Eva de un pañuelo verde, proclamarla abortera y desconocer el sentido de su pensamiento y su accionar, como recurrir a sus argumentos para discutir el significado actual de la legalización del aborto y del movimiento feminista que ha cobrado notoria repercusión y masividad.
En el mismo sentido, la historia podría servir como prueba al feminismo actual, de su necesidad irremediable de volcarse hacia los sectores populares. De implementar acciones políticas orientadas hacia las mayorías, ante el riesgo de quedar aisladas como ocurrió con el feminismo sufragista. No existe emancipación posible de la mujer sino en el contexto amplio de la emancipación de la Nación.
Contradicciones del peronismo
La realidad es contradictoria en su sentido dialéctico y el peronismo mostró en su ideología lo contrario a lo que hizo en el plano material. En su alianza con la iglesia, sostuvo el mito de la “Nación católica”, estandarte de los nacionalistas oligárquicos de la revolución de 1930 que derrocó a Yrigoyen. Se enseñaba religión en las escuelas a la vez que Perón se negaba a que los estatutos sindicales se definieran como católicos y se despojaba a las damas oligárquicas y a la iglesia del monopolio de la caridad con la Fundación Eva Perón. El peronismo pregonaba la armonía y la colaboración entre todos los sectores del movimiento, al mismo tiempo que desataba la lucha de clases.
Aparece aquí la verdadera contradicción, en donde coinciden los partidos de ultraizquierda con el mismo peronismo. Ambos niegan la existencia de la lucha de clases al interior del mismo. La ultraizquierda argumentando que estas políticas le impiden al trabajador tomar conciencia de su propia explotación. El peronismo acudiendo a la doctrina filosófica de la Comunidad Organizada que decreta la armonía, convivencia y desaparición de las clases sociales. En una sociedad donde los desposeídos comienzan su ascenso: ¿Cómo es posible negar la lucha de clases? ¿Cómo es posible la conciliación mientras exista una clase dominante que jamás permitirá el ascenso social en detrimento de sus propios privilegios? ¿Por qué el peronismo niega este hecho en su doctrina?
Las multitudes llegan al movimiento nacional movidas por la presión de sus propios intereses de clase y por la necesidad de la conducción de apelar a la movilización de las masas que buscan una respuesta efectiva a sus demandas. El peronismo oficia de esta manera como conciliador desde arriba. Posibilita una alianza frentista entre sectores con intereses antagónicos, pero unidos por la necesidad de enfrentar al imperialismo. Lo logra desde la construcción y posterior conducción vertical. El verticalismo se vuelve un elemento indisoluble, no ya del peronismo, sino de cualquier movimiento nacional que pretenda conducir el desarrollo de las fuerzas productivas y el triunfo de la burguesía en un país semicolonial. Su tarea en la liberación nacional consiste en la construcción de un capitalismo autónomo. De haber concluido el proceso iniciado en 1945 y truncado en 1955, o sea, de haber derrotado al imperialismo y a la oligarquía, la clase dominante hubiese sido la burguesía. Pero la liberación es imposible sin una extensa base obrera y popular que lo permita, siempre propensa a enfrentar a sus patronales. Esta contradicción obliga al peronismo a la conducción vertical y a cerrar el debate. Toma del nacionalismo católico su cuerpo de ideas conservadoras para impedir en sus bases el desarrollo de una ideología que les permita luchar por sus propios intereses e independizar sus intereses de clase del resto de los actores sociales.
Como país semicolonial, son muchos los sectores que encuentran imposibilitado su desarrollo por la asfixia imperialista y de las clases dominantes. Los trabajadores asalariados, la pequeña burguesía (cuentapropistas, comerciantes, profesiones liberales, Pymes, etc) y podríamos agregar desclasados y marginales del sistema, necesitan constituir una alianza. Una alianza entre plebeyos que permita ver la luz de su desarrollo y sus intereses nacionales. Esta alianza, tesis fundamental del pensamiento elaborado por la Izquierda Nacional Argentina, es la base de la revolución. Solo puede lograrse si es construida desde el seno mismo de estas bases sociales y con políticas específicamente orientadas hacia la nacionalización de esos sectores.
El movimiento nacional burgués y la conducción vertical, sin dejar de cumplir con su tarea histórica revolucionaria, encuentra aquí su propio límite. No puede avanzar contra el poder oligárquico más allá de determinado nivel (que en ese momento consistió en la propiedad de las tierras más fértiles del mundo). Para mantener esa “conciliación de clases” necesita cerrar el debate y el camino a la participación activa de la militancia y del pueblo. Es una necesidad irrenunciable, un límite estructural que no deja de lado aunque favorezca a sus enemigos: como en 1955 y en 2015. La armonía entre clases se vuelve imposible de sostener ante la imposibilidad de profundizar y avanzar contra la oligarquía.
Todavía hoy el peronismo no se ha liberado de su larga tradición de enemistad con el iluminismo y se sigue rechazando la importancia de la reforma universitaria del 18 o deformando las ideas de Marx al calificarlas «premeditadamente» de liberales. Todo lo que huela a «liberal», sin hacer una verdadera interpretación de las implicancias progresivas que pudieran tener los hechos, es tachado de antiperonista por sus intelectuales doctrinarios. Se sigue de ésta manera, pregonando la anulación y exclusión del debate sobre el tema del aborto y de la incorporación del feminismo.
Nos corresponde a las mujeres que luchamos por nuestra emancipación, tomar el legado del peronismo para comprender de que manera cambió las condiciones de esta mayoría oprimida y con ello logró el apoyo masivo de las mujeres argentinas. Pero sin dejar de pensar sus límites, y los límites de un feminismo que sino orienta sus reivindicaciones hacia las mayorías populares, corre el riesgo de quedar enfrascado en la historia.
(1) Los datos históricos para la confección de esta nota son tomados del trabajo académico de la historiadora española Marysa Navarro en su biografía de Evita y del estudio de la historiadora argentina Dora Barrancos: Mujeres en la Sociedad Argentina.
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