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GEOPOLÍTICA, MARXISMO e IZQUIERDA NACIONAL

Roberto A. Ferrero

 

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La Izquierda Nacional, el gran movimiento de ideas, a veces expresado organizativamente en partido, ha animado durante  más de medio siglo -y aún seguirá animando- la escena cultural y política del país. En ese lapso, ha aportado una nueva visión sobre la estructura económico-social de la Argentina y de Latinoamérica, sobre el carácter enajenado de su cultura, el rol contradictorio de sus Fuerzas Armadas, la naturaleza reaccionaria de sus “izquierdas”,  el papel retardatario de la ideología ecologista extrema, y la revisión de la historia liberal-mitrista, lanzando la consigna estratégica de la unidad de América Latina. Pero aparte  de estos aportes clásicos, llamémoslos  así, que son los más notorios de nuestra corriente, han existido otros menos conocidos, como el abordaje de la disciplina “maldita”: la Geopolítica, realizado por el publicista, historiador y notable ensayista riocuartense Alfredo Terzaga  (1920-1974), cuya biografía hemos publicado en una ocasión anterior (“Alfredo Terzaga. Biografía  mínima”. Ediciones del CEPEN, Córdoba 2010)

 1. Una disciplina maldita

    Marx explica en el “Manifiesto Comunista” que “la historia de todas las sociedades es la historia de la lucha de clases”. Engels aclaró cuarenta años después que se refería a la “historia escrita”, coincidente con la aparición de estos específicos tipos de agrupamiento social: las clases. Sin embargo, la aclaración engelsiana es insuficiente a un nivel que no sea nacional o regional. El conflicto de clases explica la historia interna  -y parte de la externa- de una determinada formación histórico-social (o “sociedad”)  tomada como una unidad de análisis, pero no alcanza por sí solo para dar cuenta de la historia mundial -o siquiera europea, asiática o americana- en la medida en que, por ser más vasto el escenario, las entidades en pugna ya no son las clases, sino unidades mayores (Ciudades-estado, naciones, imperios…) en las que las clases sociales quedan subsumidas y sus enfrentamientos amortiguados, ya que no suprimidos. En este sentido, es más exacta la afirmación de Guillermo Federico Hegel de que la Historia universal es la historia de las luchas de las naciones. Y esto es más cierto en la medida en que surgen en la Edad  Moderna las actuales naciones burguesas con el espíritu agresivo que les da el expansionismo propio del modo de producción capitalista, y en el siglo XX los esfuerzos de las naciones periféricas por liberarse del yugo de las potencias metropolitanas. En la concepción hegeliana, por tanto, se encuentra ya en germen la posibilidad de la geopolítica.

   La Geopolítica, como disciplina que estudia las relaciones entre el medio geográfico y las formaciones sociales y/o la política de sus respectivos Estados, difícilmente pueda ser rechazada.

   Ninguna sociedad, obviamente, se desarrolla en el vacío, sino en un espacio geográfico determinado, que a su vez tiene relaciones también determinadas con otras áreas geográficas, sean éstas terrestres o marítimas, fluviales o montañosas y semejantes. Si la lucha de clases actúa como el motor de la evolución de un país específico, los resultados de ese dinamismo no serán los mismos si chocan contra un vecino poderoso que si colisionan con uno de menor envergadura: la URSS pudo resistir el expansionismo yanqui, pero no Grenada o Panamá; tampoco será el mismo el resultado de aquella lucha en una sociedad establecida en un medio pletórico de riquezas naturales que en uno pobre de recursos: en el primer caso, el conflicto social -como en los Estados Unidos del Siglo XIX- tiene posibilidades de ser amortiguado por la via de la distribución/consumo y la dilatación de la Frontera, mientras que en otros casos -como en los pueblos cazadores o pastores del Neolítico o del África anterior a la conquista europea- , al ser vital para la propia subsistencia de cada uno de ellos el control total de un territorio, la contienda será más encarnizada y sólo terminará con el exterminio o la emigración de uno de los grupos competidores.

   Este tipo de influencia del medio sobre la política de los Estados y, en un sentido más amplio, sobre el desarrollo de una comunidad humana (nacional o regional), es de tal obviedad que sólo por el exagerado determinismo fatalista de Ratzel o por los usos partidistas y utilitariamente agresivos hechos por los geopolíticos nazis como Haushofer o Hennig & Körholz, han podido los científicos sociales marxistas o liberales despreciar a la Geopolítica como una “pseudociencia”. Por ese motivo, el “Breve Diccionario de Sociología Marxista” de Roger Bartra, el “Diccionario Teórico-ideológico” de los maoístas italianos (M. Sabatini et al), el “Léxico de Economía” de Eugenio Gastiazoro, teórico del PCR argentino y el popular “Diccionario Rioduero de  Sociología” ni siquiera la mencionan. Por su parte, el  viejo “Diccionario Filosófico” de  los soviéticos Rosental y Iudin transmite fielmente la opinión generalizada entre los marxistas acerca de esta disciplina, de la que dice dogmáticamente que es la “Teoría que pretende justificar con referencias a los datos de la geografía económica, distintas formas de expansión imperialista. Desde el punto de vista teórico -añade-  constituye una de las variedades modernas del fetichismo burgués” (1). Entre nosotros, el reconocido geógrafo Federico Daus consideraba que “los estudios y lucubraciones de Geopolítica” constituían “una especialidad altamente tendenciosa de la investigaciones geográficas” y advertía que “no deben confundirse con los de geografía política” (2), que era una rama respetable de la materia.  En cambio, el novísimo “Primer Diccionario Altermundista” pone las cosas en su lugar: en la Voz “Geopolítica” define a ésta como “el estudio de las relaciones entre las condiciones geográficas y la política de los Estados”, reconociendo que “la visión clásica subestima la relación entre geopolítica e historia” (3). Tal definición sigue casi a la letra la formulada por Rudolf  Kjellén (1864-1922), creador de esta disciplina, quien la presenta como la ciencia que estudia “la influencia de los factores geográficos, en la más amplia acepción de la palabra, sobre el desarrollo político en la vida de los pueblos y Estados” (4).

   En realidad, la Geopolítica, como disciplina, es neutra, y puede ser utilizada para el bien o para el mal -según la óptica de cada comunidad y de sus cultores-, como el bisturí, que puede matar a un hombre pero también salvarle la vida. Despojada de sus excrecencias militaristas, superdeterministas y anticientíficas, la Geopolítica es indispensable para enriquecer y afinar cualquier análisis social y político de la arena internacional (el imperialismo, la diplomacia, la guerra…) o de la dialéctica de grandes unidades territoriales dentro de un conjunto nacional (el Interior versus Buenos Aires, por ejemplo, o el Oriente boliviano versus el Altiplano histórico) porque brinda el marco y los condicionamientos de la acción social y estatal y fija sus límites. También explica ciertas incitaciones para una política estatal: la ubicación de las costas de Rusia sobre aguas heladas impulsó siempre al Estado -primero zarista, luego soviético-, a buscar puertos de aguas templadas, capaces de relacionarlo normalmente con el resto del mundo civilizado, independiente del poder de clase existente en el país; al contrario, el clima tropical del Brasil, país deseoso de atraer la inmigración europea, lo incitó, tanto bajo los Braganza como durante la república, a extenderse hacia el sur ribereño en busca de climas benignos más a propósito para sus objetivos demográficos, tal como lo advirtió Alberdi. “La geografía determina fuertemente la política” (5), reconocería recientemente el analista Olivier Zajec.

   El ser humano, dice Plejanov, en un principio, “igual que otros animales, estaba sometido totalmente a las influencias del medio geográfico que lo rodeaba, medio que, entonces, aún no había experimentado la influencia transformadora que sobre él ejerce el hombre; tenía que adaptarse al medio en la lucha por la existencia” (6). Pero a medida que el hombre perfeccionaba su conocimiento de la naturaleza, pudo desarrollar los medios y los instrumentos capaces de domeñar ese ambiente natural, desde el más modesto como los bosques nativos talados para abrir el paso a la agricultura, hasta el más vasto y aparentemente irreductible: los mares y océanos –sobre todo- , que durante milenios separaron a los hombres y los países y le impusieron el carácter terrestre o fluvial a sus intercambios, pero que con la aparición de la navegación moderna -desde el siglo XV en adelante- se transformaron en su contrario, vale decir, en un ámbito de comunicaciones y comercio. En Australia y América, a su vez, las vastas, desoladas e impracticables distancias demoraron por siglos la constitución de un efectivo mercado interno, hasta que el ferrocarril, el telégrafo, los caminos y la aviación superaron ese condicionamiento del espacio interno. Pero es en Holanda donde lapotencia delhombre se muestra en toda su magnitud sometiendo al medio que hasta entonces lo había dominado a él, porque, como se sabe, centenares de miles de hectáreas que estaban vedadas al poblamiento humano y al cultivo dado que se hallaban cubiertas por las aguas del Mar del Norte, fueron abiertas a la colonización y puestas en producción por las grandes e increíbles obras de ingeniería hidráulica de los holandeses (7). “La geografía -sintetiza Jorge Abelardo Ramos- pudo jugar un papel preponderante en los periodos históricos en que la humanidad vivía en la infancia de su técnica, pero a partir de los siglos XVII-XVIII la geografía ha tenido en el desarrollo histórico de cada país un papel cada vez menos importante” (8).

   Aceptando entonces que el esfuerzo humano puede limitar, primero, y aun superar, después, el condicionamiento impuesto por el medio geográfico -esfuerzo que es siempre de naturaleza social e histórica, sujeto a avances y retrocesos- desaparece el determinismo absoluto (9) que informaba las iniciales concepciones de la Geografía humana y los primeros esbozos geopolíticos, a los que les daba un carácter metafísico y fatalista, reñido con la esencia misma de la ciencia social en cuanto creación humana. Con aquel perfil, luego de la degradación con que la sumió el nazismo, pudo ser aceptada en 1951 nada menos que por un reformista social tan avanzado como Josué deCastro, el gran especialista brasilero de la FAO, quien escribió que “la geopolítica continúa manteniendo su jerarquía científica y necesita ser rehabilitada en su sentido real” (10). Por sostener esa convicción, se animó a titular su libro más famoso -“Geopolítica del Hambre”- con ese “título tan peligroso”, como explicó en el Prefacio. Entre nosotros, fue Alfredo Terzaga (1920-1974), el gran historiador y ensayista de la Izquierda Nacional, quien reivindicó la cientificidad de la Geopolítica e hizo un gran uso instrumental y explicativo de ella.

   Por otra parte, cada época  y cada proceso social y político tiene su propia Geopolítica, dicho no en el sentido de creación arbitraria de una teoría ad usum Delphini, sino en el sentido de una utilización científica del análisis y la visión estratégico-geopolítica para la obtención de los magnos objetivos inherentes a todo gran proyecto histórico. Así, si Haushofer puso la Geopolítica al servicio de los intereses expansivos del nazismo, así -dice Terzaga- en América Latina aparece una Geopolítica de la Liberación, con fines completamente opuestos.  Es ésta una segunda acepción del vocablo, como una “geo-estrategia”, pero no en el sentido militarista que adquiere en la pluma de algunos de sus cultores, sobre todo de los que provienen del medio castrense, como  el Contralmirante francés Pierre Celerier (v. su libro “Geopolítica y Geoestrategia”) (11), sino como denominación de un proyecto político y social de magnitud histórica, como dijimos.

 2. Embriones de una Geopolítica Marxista

La concepción de una Geopolítica marxista no se encuentra en los Fundadores del marxismo. Cuando Carlos Marx y Federico Engels habían ya desarrollado totalmente su propia doctrina social, a fines de la segunda mitad del siglo XIX, la Geopolítica  -aunque no se denominaba aun así-  recién daba sus primeros y confusos pasos de la mano del gran geógrafo alemán Friedich Ratzel y del francés Eliseo Reclus (12), hasta constituirse realmente recién a fines de siglo con los trabajos del geógrafo inglés Halford Mackinder, por lo que no hay en los autores del “Manifiesto Comunista” ni una crítica niuna teorización sistemática sobre esta disciplina menos que incipiente.

   Sin embargo, hay una utilización muy eficaz de conceptos que no pueden sino calificarse como “pre-geopolíticos” o geopolíticos en sentido lato, aunque ni Marx ni Engels los llamaran  tampoco de este modo. En una época en que las Ciencias Sociales recién empezaban a constituirse, los creadores del marxismo, en el cruce entre la historia, la antropología y la geografía, exponen puntos de vista que corresponden a una  “pre-geopolítica” o “geopolítica generatriz”, por decir así, en una acepción del vocablo que es tercera  en esta nota, pero primera en el tiempo de aparición de su objeto. Tales, por ejemplo, los que sostiene Marx en el Tomo I de “El Capital” al referirse a la variedad y riqueza de recursos como “la base natural de la división del trabajo” (13), o a “las condiciones naturales” (raza, riqueza natural, etc.) de las que depende “la productividad del trabajo” (14), y a “las condiciones del trabajo, que cambian al cambiar las estaciones del año y que regulan la distribución” de las funciones laborales en la familia campesina “en los umbrales históricos de todos los pueblos civilizados” (15).También su célebre aseveración de que “Una naturaleza demasiado pródiga lleva al hombre de la mano como a niño en andaderas. No lo obliga, por imposición natural a desenvolver sus facultades. La cuna del capitalismo no es el clima tropical, con su vegetación exuberante, sino la zona templada” (16). Por otra parte, la correspondencia entre ambos amigos está plagada de perspicaces observaciones y explicaciones geopolíticas de este orden genético, como aquella de Engels del 18 de mayo de 1853 cuando explica a Marx que el desarrollo independiente de las tribus semitas de Israel como judíos diferenciados del resto de los semitas árabes se debió a “la circunstancia de que del lado árabe Palestina está rodeada únicamente por el desierto, por las tierras  beduinas…”(17) ; o aquella otra en que hace jugar también al desierto un papel decisivo en la explicación de por qué en Oriente no se llegó a establecer la propiedad territorial: “Creo que esto se debe- explica Engels a Carlos Marx- principalmente al clima, junto con la naturaleza del suelo, especialmente con las grandes extensiones del desierto que parte del Sahara y cruza Arabia, Persia, India o Tartaria” (18). Años más tarde el mismo Engels, en su “Anti-Duhring”, daría un ejemplo de la influencia directa del clima en la constitución del modo esclavista de producción, al explicar que “en las colonias tropicales y subtropicales el clima impide al europeo el trabajo de los campos” e impulsa a los grandes terratenientes a cultivarlos mediante esclavos o siervos(19).  En el mismo texto, haciendo referencia al hecho de que la abundancia de tierra libre hace imposible el establecimiento de condiciones de producción feudales, señalaba que por ello “en Australia y Nueva Zelandia fueron vanas todas las tentativas del gobierno inglés para establecer artificialmente una aristocracia fundiaria” (20): también en los mares del Sur que transitara el capitán James Cook la geografía imponía sus condicionamientos. Finalmente, señalemos que en los “Grundrisse” de 1857 Marx analiza agudamente la relación medio/hombre al  considerar la estructura y el funcionamiento de las comunidades precapitalistas más antiguas.

   Son todos casos específicos de un más genérico “problema de las relaciones del hombre con la naturaleza”, como le llamaban Marx y Engels en su célebre manuscrito sobre “La Ideología Alemana” de 1844, donde además precisaban que “unidad del hombre con la naturaleza existió con un semblante diferente en cada una de las épocas gracias a un mayor o menor nivel de desarrollo industrial” (21).

   Por su parte, Jorge Plejanov, el primer gran marxista ruso (l850-1918) que ya citamos, también tuvo muy en cuenta -hasta en exceso, como se le ha reprochado-  la influencia  del “medio geográfico”en la determinación de las fuerzas productivas, especialmente en su libro “Las Cuestiones fundamentales del marxismo”, cuya Parte VI está enteramente dedicada al tema y donde incluso cita aprobadoramente un par de veces al propio Ratzel, haciendo mención a sus trabajos “Anthropogeographie”, de 1882, y “Völkerkunde” de 1887 (22). Rechazó, sin embargo, en  “La Concepción marxista de la historia”, en polémica con el marxista italiano Antonio Labriola, la influencia directa del medio natural en el arte y el temperamento de los pueblos (23).

   Sí hubo, en cambio, una influencia directa del medio ambiente en la formación inicial del Estado ruso y en la “marcha extraordinariamente lenta del desarrollo económico”, que, según afirmaba León Trotsky en su libro “1905”, en una observación típicamente de “geopolítica generatriz”, eran “consecuencia de las condiciones desfavorables que les creaba la naturaleza del país” (24). Los elementos obstaculizantes de esa naturaleza hostil -precisa en la “Historia de la Revolución Rusa”- eran “aquellas estepas gigantescas, abiertas a  los vientos inclementes del Oriente”[…]La lucha con los vientos que arrastran en invierno los hielos y en verano la sequía, aún se sigue librando hoy en día” (25). Aellos debemos agregar todavía el frío extremo del país y la ausencia de barreras orográficos capaces de frenar a los pueblos nómades y guerreros que invadían regularmente desde los confines de Oriente. De hecho, el primer capítulo de cada una de ambas obras de Trotsky es una aplicación magistral de una pre-geopolítica histórica entrelazada con el elemento dinámico de la formación y lucha de clases al interior del gigantesco imperio zarista.

   Desde este punto de vista, la “pre-geopolítica” de Marx-Engels y de Plejanov se adelanta a una faceta de la Geografía humana como la concibiera Vidal de la Blanche (1845-1918) en los últimos años del siglo XIX y primeros del XX. En efecto: modernamente, esta rama de la Geografía se presenta como la disciplina que describe y explica las modificaciones que el hombre ha impuesto al medio natural terrestre, ya sea por su mera presencia como masa demográfica o “por todo lo que él ha añadido al  paisaje de la Tierra” (ganadería, sistemas ferroviarios, minería, etc.) como se ha dicho algo poéticamente. Sin embargo, esta específica relación entre el ser humano y su ámbito terrestre no es más que una de las dos facetas que, como una moneda, esta ciencia presenta al observador: la faz activa del hombre social. Pero como ha indicado Pierre George, la escuela geográfica francesa vidalblancheana se había dado como objeto “el estudio de las diferentes formas de sumisión o dominación de los hombres en relación al medio natural que ocupan y controlan” (26). Vale decir:la faz activa de dominación del hombre, pero también la faz pasiva de sumisión a la Naturaleza. Esta última es la que está presente en los juicios de los marxistas fundadores que citamos al principio y en las explicaciones de León Trotsky  acerca de la constitución  de su país. Pero, en todos ellos, esta sumisión sólo es completa en las primerísimas etapas de la humanidad, cuando “el hombre no ha cortado todavía el cordón umbilical del vínculo natural de la especie” (27), cuando aun sus semejantes son “en parte semianimales, toscos, impotentes ante la fuerzas de la naturaleza” (28). Después, el desarrollo y crecimiento de las fuerzas productivas le permitirán medirse con su contexto ecológico-natural cada vez más victoriosamente, hasta que con el advenimiento del capitalismo prevalecerá “el elemento social, producido históricamente” por sobre el condicionamiento del medio geográfico (29), como indicó Carlos Marx. Tanto en la “pre-geopolítica” marxista (o “Antropogeografía”, si nos atenemos  a la terminología de Ratzel) como en la Geopolítica de igual signo, no hay determinismo alguno, como en este geógrafo, sino una dialéctica permanente hombre-naturaleza. Marx mismo, en la 1º versión de su famosa carta a Vera Zasulich, da un claro ejemplo de cómo entendían los Fundadores esta dialéctica a propósito del aislamiento de Moscovia y su territorio: afirma que él se debe, en principio, “a la vasta extensión del territorio ruso”, pero que “fue consolidado en gran parte por el destino político que Rusia tuvo que sufrir con la invasión mongola” (30).

  Pero si las opiniones citadas arriba no pudieran ser considerados, en un purismo ortodoxo, de orden geopolítico estrictu sensu porque se refieren a una instancia pre-política de las comunidades humanas, como decimos, debe señalarse que en Marx y Engels también hay  conceptos geopolíticos propiamente dichos, como los que emplea el último en su folleto “El Rin y el Po”, aparecido con motivo del enfrentamiento franco-germano de 1859 y cuya finalidad -informa Mayer- “era analizar, a la luz del conflicto planteado la teoría de las fronteras naturales(31), tema geopolítico por excelencia si los hay. (En dicho conflicto, Francia encontraba su “frontera natural” en el Rin, y los alemanes en el río Po, a costa de Italia). O los que Marx utiliza para explicar las relaciones entre Rusia, Turquía e Inglaterra en “La Vida de Lord Palmerston”, cuyo capítulo VII es todo él un brillante análisis diplomático y geopolítico que no dice su nombre. Más adelante, Engels señala que la Alemania unificada geográfica y políticamente por Bismarck impondrá a Prusia -su núcleo unificador- “los deberes nacionales”, que impedirán la alianza con el imperio zarista (carta a Marx del 15 de agosto de 1870) (32).  Ya  en “La Ideología Alemana” recién citada, Marx y Engels habían explicado cómo la conquista de Fenicia por parte del Estado macedónico imperial de Alejandro Magno causó la decadencia de este país y el olvido de su tecnología “por mucho tiempo” (33). Otro caso extremo de determinación geográfica impediente como éste lo constituyó el análisis polémico de la teoría de la renta del economista norteamericano Henry Carey, al que Engels señala que  “donde hay que contar con la fiebre, y sobre todo con la fiebre tropical, la economía deja de regir” (34). En 1858, en el artículo “Afganistán”, aparecido en la “New American Cyclopaedia” estadounidense, el amigo de Marx explicaba que “la importancia política de este país en los asuntos del Asia central” derivaba de “los rasgos característicos de su pueblo” tanto como de “su posición geográfica” en la zona (35), mientras que el autor de “El Capital” observaba en esta obra magistral que “Irlanda no es más que un distrito agrícola de Inglaterra, separado de ésta por un ancho canal” (36).

   Observaciones de parecida naturaleza se encuentran dispersas, por lo demás, en toda la obra de Marx y Engels, especialmente en los textos de carácter histórico-político (“El 18 de Brumario de Luis Bonaparte”, “Las Guerras Campesinas en Alemania”,  “La Guerra Civil en Francia”, “Revolución y Contrarrevolución en Alemania” y otros). Igualmente en muchos de sus artículos. Especialmente importantes  son los que escribió Engels sobre temas militares en distintas épocas de su larga existencia. Como se sabe, por haber combatido personalmente en la Revolución de 1848 y por sus concienzudos estudios castrenses, el amigo de Marx era llamado por su compañeros “El General”. Y a decir verdad, no dejaba de hacer honor a su mote, porque permanentemente se interesaba en los grandes conflictos armados del siglo, analizando la estrategia de los contendientes con una mirada que, además de la perspectiva estrictamente técnica, tendía a ligarse íntimamente con la influencia de los factores geográficos que eran teatros de la acción o condicionaban a ésta de algún modo.  Tal los artículos donde se analizaba el rol geopolítico de algunos estados sureños en relación a las vías fluviales y los ferrocarriles en la Guerra Civil del Norte contra el Sur en Estados Unidos; la relativización de la pregonada inexpugnabilidad de un país montañoso frente a una invasión extranjera, ejemplificada por las peripecias de la derrota de Suiza frente a Napoleón I; el fundado escepticismo en que Bélgica pudiera ver respetada su neutralidad y su ámbito geográfico propio en cualquier gran guerra europea, confirmada por la invasión nazi de 1940, y otros (37).

  Por lo demás, tanto Trotsky como Lenin o la dirección del Partido Comunista (Bolchevique) se vieron obligados, durante la Primera Guerra Mundial, la guerra civil soviética y los años posteriores de ascenso del Fascismo en Europa, a realizar juicios y proponer estrategias que, junto a la situación económica y la lucha política, se encontraban imbuidos de consideraciones que eran, de hecho, geopolíticas. Un par de botones para muestra: uno, el avance del Ejército Rojo de Tujachevsky sobre la Polonia de Pilsudsky en agosto de 1920 tenía en cuenta no solo la posibilidad de un alzamiento revolucionario de los obreros polacos -que nunca se produjo- sino también consideraciones de orden geopolítico como la necesidad de frenar las ambiciones territoriales del Estado polaco sobre las fronteras de Lituania y la Ucrania soviética; y otro:

en 1933, cuando analizaba la desastrosa derrota del proletariado alemán a manos de Hitler, Trotsky escribía muy geopolíticamente que mientras la clase obrera preparaba su contraofensiva, era preciso defender “las posiciones proletarias en los países estrechamente ligados a Alemania o situados cerca de su territorio: en Austria, Checoeslovaquia, Polonia, los países bálticos, Escandinavia, Bélgica, Holanda, Francia y Suiza (…) es necesario crear posiciones fortificadas proletarias alrededor de las fronteras alemanas para la lucha contra el fascismo” (38).

   Como se aprecia, hay en los clásicos del marxismo, primero, algunos embriones, y luego, cierto desarrollo de una Geopolítica propiamente dicha que aún no dice su nombre, en cuanto trata de determinar en qué grado la influencia del factor geográfico y la ubicación espacial influyen en la política de algunos Estados europeos o extraeuropeos. Hay apreciaciones científicas de determinados casos concretos, bajo las cuales subyace una concepción específica de las relaciones existentes entre el espacio geográfico y la conducta política: precisamente una concepción geopolítica.

  Pero en los demás casos primeramente mencionados estamos en presencia de una “pre-geopolítica” o, en todo caso, repetimos, de una “geopolítica generatriz”, ya que se estudia una influencia geográfica no sobre la política estatal en sí, sino en la formación  misma de una raza, un pueblo o un Estado, como condición previa y necesaria de existencia de ellos para una posterior actuación  -ahora sí- de la geopolítica propiamente tal.

   Si quisiera expresarse, entonces, la quintaesencia de una Geopolítica marxista (sea en su sentido lato o en estrictu sensu), habría que decir que ella es tal cuando se la considera siempre en relación al nivel de la técnica y de las fuerzas productivas y en su historicidad específica. Su ley más general no sería otra que ésta: “El condicionamiento de la sociedad y de su política estatal por el medio geográfico natural está en proporción inversa al nivel de las fuerzas productivas y el desarrollo científico, tecnológico y cultural”.

 3.  Alberdi y Jauretche: la Geopolítica de los precursores.

 De mismo modo que la Geopolítica europea tuvo sus precursores en  Montesquieu, en Karl Ritter, Frederick Ratzel y Eliseo Reclus, nuestro país tuvo los suyos en las personas de Juan Bautista Alberdi y Arturo Jauretche.

   Alberdi (1815-1888) “tiene el mérito –como dice Jorge M. Mayer- de haber expuesto con bastante anticipación y claridad el mecanismo del desenvolvimiento de la civilización en América, dentro de un marco característico que condicionaba los proyectos de reorganización institucional, del progreso y del bienestar de las poblaciones desperdigadas en los desiertos infinitos del Virreinato” (39). Él afirmó sagazmente que “la geografía de un país, quiero decir su conformación geográfica, forma parte de su constitución política, porque de ella depende en gran manera su independencia, su seguridad, etc.…” (40) para reiterar en 1878: “la constitución geográfica del país es la primera y más fundamental de las leyes fundamentales…” (41).     

     Entre los factores naturales que condicionaban el desarrollo o el estancamiento del país Alberdi enumeraba el Desierto (que dominado por las tribus guerreras impedía la implantación de la ganadería y la agricultura), la Distancia y la Soledad (que aislaba a las poblaciones y dificultaba las comunicaciones y la interacción social), la existencia de los grandes ríos del Litoral (que abiertos a la libre  circulación podrían  llevar el comercio y el progreso a las provincias), nuestro Clima europeo (que asegura un corriente de inmigración del Viejo Continente), y el posicionamiento espacial de Buenos Aires como única salida al mercado mundial, que le permitía controlar todas las formas de exportación e importación en su propio beneficio.

   En relación a los países vecinos, el  tucumano veía como Chile, estrechado entre el océano y la cordillera, tendía a avanzar territorialmente en perjuicio de sus vecinos del norte -Bolivia y Perú- y del este: Argentina, mientras que Brasil, empujado -decía- “por las necesidades geográficas de su situación intertropical” (42) se expandía al sur en busca de climas más benignos para asentar su creciente población de inmigrantes europeos y desarrollar su riqueza agropecuaria. Del mismo modo, el aislamiento mediterráneo de sus provincias interiores, alejadas de las costas atlánticas, llevaba al Imperio de los Braganzas a destruir o anexarse el Paraguay que controlaba el río homónimo y el Paraná, imprescindibles ambos para la salida al mar de gran parte de su producción. Pensando en la situación del Paraguay y de Buenos Aires, escribía que “hay países que por su posición geográfica son la llave de los destinos de sus vecinos” (43).  Sus folletos de 1866 y 1867 sobre la Guerra contra el Paraguay “forman el mejor y más realista estudio de la geopolítica sudamericana, todavía ejemplarmente actual”, (44), afirma Jorge M. Mayer. Estos y otros análisis de igual agudeza llevan a decir a este biógrafo que “la doctrina geopolítica estaba allí claramente expuesta antes que se hiciera famosa en los círculos universitarios europeos” (45).

   En ocasiones, exagerando las virtualidades del medio, parecía caer Alberdi en un cierto determinismo geográfico, como cuando aseguraba para el Brasil un destino de disensiones internas y subordinación a una potencia europea porque “ese destino está escrito en su suelo” (46), o como cuando escribía: “Luchar contra el poder progresista de Entre Ríos, Santa Fe, Corrientes, es luchar contra la geografía física, que hace de esos países los rivales invencibles de Buenos Aires” (47).Sin embargo, éstos no son más que conceptos sueltos, cuyos límites están marcados por la totalidad de su pensamiento político, bajo el que subyace -tácita, sobreentendida- su confianza en la acción transformadora del hombre, que en nuestro caso específico operaría en cuanto “se deje que el pueblo, el capital y el trabajo europeo hagan producir al suelo de Sudamérica toda la riqueza de que es capaz”(48).

   Esa acción constructora que por interpósita persona debían encarar laselites dirigentes de laArgentina de entonces,  la concentraba Alberdi en un programa geopolítico nacional de cuatro puntos: nacionalización del puerto y la aduana de Buenos Aires para hacer a todas las provincias partícipes de sus ingresos; libertad de los ríos interiores para permitir la salida de la producción argentina y el impreso del progreso y la modernidad de Europa; fomento de la inmigración europea -especialmente de los pueblos del norte del Viejo Continente- para poblar el Desierto y ponerlo en producción; y frenar la expansión brasilera sobre el Paraguay, el Uruguay y la Mesopotamia argentina. Todas sus recomendaciones geoestratégicas fueron puestas en práctica por los gobiernos de la Generación del Ochenta, aunque sus resultados no fueron tan halagüeños como el autor de las “Bases” creía. Por el contrario: la prosperidad y el progreso de una parte del país -la plataforma atlántica litoral- se pagó con la miseria de las provincias interiores, la sujeción económica al extranjero y la enajenación cultural.

   En sus años maduros, ya bastante atemperado el cerril liberalismo de las “Bases”, el tucumano superó científicamente la estéril dialéctica sarmientina, que explicaba el desarrollo histórico del país por la lucha de dos entidades abstractas como la “Civilización” y la “Barbarie”, sustituyéndola por un esquema en el que se combinaban conceptos de naturaleza geopolítica con la dinámica de los factores económicos (“los hombres y los pueblos se gobiernan por los intereses que sirven a su existencia, no por las idea: las ideas cubren intereses casi siempre”, diría en una de sus notas)(49). Con estas herramientas, trató explicar las coyunturas neurálgicas de la historia y la política nacional: la naturaleza de la Revolución de la Independencia, el surgimiento del caudillismo, la supremacía y perdurabilidad del poder de Rosas, la Guerra de la Triple Alianza contra el Paraguay; y las guerras civiles que devoraron los primeros setenta años de nuestra vida independiente como resultado del enfrentamiento entre dos entidades geopolíticas: las Provincias necesitadas de protección aduanera para desarrollar o al menos mantener su aparato productivo, contra la Ciudad-puerto, empeñada en el librecambio que la beneficiaba con exclusividad por el control del puerto único (50).

   Reconociendo la progenitura del tucumano en la materia, Alfredo Terzaga le escribiría en 1958 a Jorge Enea Spilimbergo que se proponía escribir para la revista “Política”, que éste y Ramos editaban, un articulo precisamente titulado “Alberdi, precursor de la Geopolítica”, que -decía- “no les hará gracia a los geopolíticos maniqueos de Azul y Blanco, pero que no tendrán más remedio que tragarse”.

  En cuanto a Arturo Jauretche (1911-1974), uno de los máximos estudiosos de la Geopolítica nacional, el General Juan Enrique Guglialmeli, militar democrático y ligado al Desarrollismo, es quien lo rescata como importante cultor de esta disciplina: refiriéndose al linqueño, escribe que su “principal trabajo en la materia, quizá su mejor obra, apareció después (1958) bajo el título Ejèrcito y Política. La Patria Grande y La Patria Chica, como suplemento de la revista QUE y escrito por el estímulo y el apoyo del entonces director del semanario” (51).

   Quien mejor ha expuesto la geopolítica jauretcheana ha sido, creemos, Gustavo Cangiano en su libro “El Pensamiento vivo de Arturo Jauretche”.

“Jauretche  -escribe el autor y ensayista de la Izquierda Nacional- planteó desde una fecha tan temprana como 1937 los esbozos de una geopolítica nacional” (52), que completó en su edad madura con el libro que cita el General Guglialmeli. Las vigas maestras de la concepción geopolítica de don Arturo son tres: primera, el antagonismo básico entre el bloque imperialista informal del Hemisferio Norte y los países coloniales y semicoloniales del Hemisferio Sur, que se identifica  geopolíticamente  con la idea político-estratégica leninista de países opresores  y países oprimidos; segunda, la constatación -para los años’40- de un conflicto intrahemisférico en el Norte entre los que llama “imperialismos realizados” (Inglaterra, Francia…) e “imperialismo insatisfechos” (Alemania, Italia…), que no son enfrentamientos ideológicos, como creía el zonzaje pequeñoburgués, sino luchas “por el dominio material del mundo”, a las que somos ajenos y frente a las cuales sólo cabe el neutralismo como política internacional; y tercera, la íntima coherencia que debe existir entre la presencia concreta del pueblo en la Democracia, la economía nacional autocentrada y una política exterior de soberanía e independencia, es decir, una geopolítica nacional.  En el  libro ponderado por el General Guglialmelli,  el creador de FORJA intentó -como él mismo diría posteriormente- “algunas proposiciones para una geopolítica nuestra” (53). Todas ellas se asentaban en la antítesis de la “Geopolitica de Patria Chica” (propia de Sarmiento y su odio a la “extensión”, del mitrismo y de la oligarquía bonaerense), y la “Geopolítica de la Patria Grande” (que atribuye a don Juan Manuel de Rosas,  al General Roca, a Yrigoyen  y a Peròn), y que no son dos espacios geográficos distintos, sino dos concepciones de la política argentina. El análisis de Jautetche se centra fundamentalmente en el ámbito de la geografía brasilera y rioplatense, que considera históricamente y con gran realismo. Traza un ajustado paralelismo entre la geopolítica brasilera, siempre coherente a través del tiempo, persiguiendo primero el avance de sus fronteras exteriores y luego la conquista de su espacio interior, con la geopolítica argentina, errática y alternándose constantemente entre las imposiciones de la “Patria Chica” y la hegemonía, siempre provisoria, de la “Patria Grande” o “Política Nacional”, como él llama a la estrategia geopolítica que  privilegia el crecimiento interior y exterior de la nación.

   Aunque se atiene, lógicamente, a los datos del medio geográfico -los grandes ríos del Litoral, el estuario del Plata, las cadenas montañosas, la ubicación territorial del Paraguay, la ausencia de la “costa de enfrente” y otros- siempre el factor dominante en la dialéctica naturaleza-hombre es la actividad social y política de las masas y de las clases dirigentes de nuestros países. No hay rastros de ratzelismo o de Kjellén en sus reflexiones: hay buenas razones, escribe, “para dudar de los determinismos como leyes fatales del desarrollo de las naciones. La inteligencia de una Política Nacional continuada los supera. Solo asì se podrá explicar que un país costero, de fundación puntiforme como Brasil, sin otra comunicación práctica que la marítima entre sus distintas bases, haya logrado su unidad a lo largo de la franja litoral, saltando el obstáculo separativo de las montañas que lo apretaban contra la costa, y desbordando hacia un hinterland desmesurado, donde se le oponía una naturaleza aparentemente irreductible”. Y agregaba a continuación: “…la existencia de una Política Nacional es más importante para la vida de las naciones que la geografía, la historia y la población misma” (54). Sin mucho exagerar, podría decirse que la de Jauretche es una especie de “anti-geopolítica”, porque el escenario natural no es determinista en modo alguno, apenas si condicionante, y se presenta más como una serie encadenada de desafíos a vencer que como cerrojos o impedimentos insalvables al accionar de una “Política Nacional”. Por aplicarla consecuentemente al engrandecimiento de su país, aun temiendo al Brasil como rival, el hombre de Lincoln admira a la clase dirigente brasilera y recomienda -infructuosamente, por lo que se ha visto- su tesón y patriotismo a su similar argentina.

   Brillante en este nivel de las relaciones y las estrategias territoriales y políticas del Cono sur, cuando en cambio avanza opiniones sobre geopolítica mundial, Jauretche se muestra como tributario de las concepciones internacionales erradas de Rogelio Frigerio -en cuya revista “QUE” colaboraba-, pensando que Estados Unidos sería capaz de construir “las condiciones de unidad del mundo” abandonando su categoría de “mundo imperial” y no trabando -o quizá incluso ayudando- , por propia conveniencia, al desarrollo de “las naciones subdesarrolladas”, porque este proceso, al anular el atraso y la miseria de la periferia, destruye “las condiciones favorables al avance soviético”(55). Idea en verdad ingenua: para que se realizara, el imperialismo debería dejar de ser imperialismo por propia decisión…

   Alfredo Terzaga consideraba, en su libro “Historia de Roca”, equivocada la tesis de Jauretche respecto a la presunta política de “Patria Grande” de Rosas, que juzgaba inexistente, dada su renuncia a reconstituir la heredad del antiguo Virreinato del Rio de La Plata y su renuncia a las Islas Malvinas ocupadas por los ingleses.

 4. Alfredo Terzaga: la Geopolítica de la Izquierda Nacional.

 Entre nosotros, los sedicentes marxistas criollos han hipertrofiado a tal extremo el carácter explicativo de la lucha de clases que reducen a ella todos los fenómenos sociales más complejos, con exclusión de los factores geopolíticos que completan armoniosamente el análisis clasista. Estamos ya habituados a escuchar de ellos que la Revolución Sandinista debió retroceder por “la limitaciones de clase pequeñoburguesas de su dirección”, y que la Revolución de Octubre en cambio triunfó en Rusia porque fue dirigida por “el proletariado”. Aun dejando de lado el hecho de que la jefatura de la insurrección rusa no fue fundamentalmente obrera, sino resorte de la intelligentzia proveniente de la pequeñoburguesía y aun de la pequeño nobleza desclasada , como señala Lichtheim (56), la explicación clasista pura ignora totalmente que lo central de la derrota político-electoral  -después de la victoria militar- del sandinismo frente a la oposición burguesa es la insignificancia de ese fragmento de la Patria Latinoamericana balcanizada que es Nicaragua frente a la vecindad y el poderío inagotable del imperialismo yanqui                 -financiador de las fuerzas de la “contra”-, que ninguna “dirección proletaria” podría haber derrotado, así como que el triunfo y la consolidación del poder soviético se basaron no solamente en la enérgica dirección revolucionaria de Lenin y Trotsky, sino en el aprovechamiento que ellos hicieron de los recursos y el espacio geopolítico del gigantesco y rico territorio ruso para enfrentar a sus adversarios de las naciones capitalistas. También son las razones de orden geopolítico las que explican la larga subsistencia de la Revolución Cubana -de jefatura pequeñoburguesa- a las puertas de los Estados Unidos: el apoyo fundamental que la Unión Soviética le brindó, después del triunfo, para tener un peón avanzado en la complicada geopolítica de la Guerra Fría. A Nicaragua no le fue dado gozar de esta ventaja, porque debió consolidarse cuando la Unión Soviética había iniciado ya su declive histórico frente al imperialismo y había hecho su experiencia de 1962 sobre lo que significaba tensar la cuerda más de lo necesario en la puja inter-sistémica (la llamada “crisis de los misiles”).

   A diferencia de otros núcleos sedicentemente marxistas, la Izquierda Nacional argentina supo utilizar creadoramente el instrumental teórico brindado por la Geopolítica, tanto que ella y sólo ella desarrolló y teorizó la consigna histórica y estratégica de la Unidad de la Nación Latinoamericana, formulada por Jorge Abelardo Ramos en 1949 en su libro “América Latina, un país”, y explicó la historia argentina de los primeros ochenta años de vida independiente por la dialéctica entre la lucha de clases y las tres unidades geopolíticas que integraban el territorio nacional.

   Dentro de esta corriente, la “escuela de Córdoba”, por decir así, se distinguió por haber amalgamado orgánicamente el recurso de la Geopolítica con el análisis sociológico y político en una síntesis que enriqueció la investigación, interpretación y explicación de los fenómenos sometidos a examen.Su más decidido cultor, Alfredo Terzaga, lo hizo en sus trabajos sobre Córdoba (57), sobre la Conquista del Desierto (58), sobre Latinoamérica y sobre la Historia Argentina en sentido global (59), siempre con resultados brillantes. A su vez, Enrique Lacolla hizo nuevos análisis, sobre todo relativos a las relaciones internacionales -tema especialmente apto para ser examinado a través de la Geopolítica- en su prestigiosa columna de un periódico de Córdoba.

   Terzaga (Río Cuarto 1920 – Córdoba 1974), sin  constituirlas en sistema, formó sus ideas de una Geopolítica marxista nacional en la lectura atenta y responsables de los clásicos del marxismo, cuyos libros y correspondencia subrayó con esmero, en los de Jorge Plejanov, Vidal de la Blanche, Alberto Escalona Ramos, Rudolf Lutgens, Hugo Hassinger y -entre los autores nacionales-  en las obras de sus precursores, Juan Bautista Alberdi y Arturo Jauretche. Él citaba aprobadoramente las observaciones de Alberdi sobre el expansionismo del Estado brasilero, que  “obligado por la geografía, el clima y la esclavitud” -vale decir “rasgos mitad geográficos, mitad sociales”-  buscaba su “expansión sólo en los extremos de su arco costero, entrando así en conflicto con sus vecinos”. Con tales reflexiones, dice el  autor cordobés, “Alberdi se anticipaba –y magistralmente- a la llamada geopolítica de nuestros días (60).

   Hace más de medio siglo, cuando aún  Geopolítica era una palabra maldita en todos los sectores de la izquierda y de la democracia política, Terzaga se atrevió con ella y su concepto. Incluso llamó “Geopolítica de Córdoba” al último capítulo  -XXV- de su gran “Geografía” de 1962, y diez años más tarde tituló “Un cambio Geopolítico” al capitulo 19 de su “Historia de Roca”, donde estudiaba algunos aspectos de la Conquista del Desierto. No obstante, él no adhería a la forma clásica de esta disciplina, tal como había sido pensada por sus cultores alemanes de la primera mitad del siglo XX, por Kjellen o Mackinder. Estimaba que la Geopolítica sólo podía ser una unidad sincrética de Naturaleza e Historia, nunca de prevalencia absoluta del primer término. En el mencionado capítulo de la “Geografía de Córdoba” dio una síntesis de su concepto de esta disciplina al rechazar “un craso determinismo geográfico, pues la importancia del  espacio como estímulo de plasmación política sólo adquiere su verdadero significado cuando se lo relaciona con elementos más mutables, como son, por ejemplo, las estructuras económicas, las luchas políticas y las modificaciones culturales” (61). Y en la crítica bibliográfica al libro de Hugo Hassinger “Fundamentos geográficos de la Historia”, insistía pertinentemente: “Si la Geopolítica y las disciplinas conexas desean de verdad escapar del craso determinismo telúrico, han de tomar en cuenta otros elementos de participación esencial, tales como la dinámica de los núcleos nacionales, la acción de las formas de producción, la caracterización del mercado, etc.” (62). Y si en estas conceptualizaciones se aprecia con justeza el carácter relativo de la influenciadel factor geográfico, la naturaleza histórica más estricta que Terzaga le atribuye puede observarse en todos sus trabajos sin excepción, sea cuando se refiere a la geopolítica de Rosas, a la del imperialismo yanqui, a la visión continental de San Martín y Bolívar o a la “geopolítica de Patria Grande” de Julio A. Roca, como la llama. Atribuye Terzaga la mayor importancia a dos aspectos que podemos considerar capitales en la geopolítica histórica nacional: “la caracterización geográfico-histórica y el papel de la Frontera y de los rasgos variables de ésta, y el papel centrípeto o centrífugo que la periferia geográfica juega en relación a los núcleos focales de unificación nacional” (63), y se lamenta, en la crítica mencionada arriba, que Hassinger no haya desenvuelto estos conceptos como categorías generales, y aunque él mismo nunca alcanzó a hacerlo tampoco, sí las utilizó magistralmente combinadas con las luchas sociales para explicar el curso tortuoso de la Historia argentina.

   En  síntesis: en su devenir, la relación del medio natural con los factores históricos que se suceden van variando, de manera tal que no es la misma en una etapa de la lucha de clases que en otra, como no lo es en un período del desarrollo tecnológico y productivo que en otro diferente, más avanzado o más retrasado. Terzaga,  que era un marxista creativo e inteligente -aunque no alardeaba con citas a pie de página- desarrollaba así en su concepción geopolítica las breves pero geniales indicaciones de la “Ideología Alemana” que señalamos más arriba.

   De un modo general, puede afirmarse que la relación geopolítica entre el factor natural y el crecimiento de la técnica y las fuerzas  productivas tiene un sentido histórico unidireccional positivo, en el cual, superado cierto umbral de crecimiento de las últimas, ellas pasan a ser el elemento hegemónico de la combinación, subordinando cada vez más a lo geográfico. Terzaga da un pequeño ejemplo de esta mecánica cuando escribe en la “Geografía”, refiriéndose a la ciudad capital de su provincia: “Mientras que en los tres primeros siglos el crecimiento de la ciudad obedeció a la topografía, después de 1880 la contrarió decididamente” (64). Se refiere al hecho de que Córdoba quedó enclaustrada durante largo tiempo entre las barrancas del río Suquía, hasta que la aparición de más modernas técnicas de terraplenado, mediciones, construcción y comunicación permitieron allanar ese obstáculo orográfico y expandir la ciudad sobre las alturas adyacentes, dando lugar a la aparición de barrios como Alta Córdoba y Nueva Córdoba.

  (Digresión necesaria: Claro está que lo dicho no significa que la actividad humana imponga su sello para siempre a lo geográfico y lo subordine cada vez en mayor medida, ya que son posibles -por excepción- eventuales retrocesos, en que la supremacía adquiera un signo contrario al que hasta entonces predominaba. Tal puede observarse, por ejemplo, en la ciudades mayas y en las más antiguas ciudades romanas de Arabia Feliz, en donde una disminución del ritmo del desarrollo urbano y tecnológico hizo que la selva, en el primer caso, y las arenas del desierto en el segundo, volvieran por sus fueros, avanzando sobre la urbe, ya incapaz de contrarrestar su avance natural. Lo  mismo puede decirse de la ciudad de San Juan, erigida desafiantemente en una región de sismos y derribada por el terremoto de 1944 o las de New Orleans y Belice (capital ésta del país del mismo nombre), parcialmente destruidas por los avatares de una zona intensamente ciclónica. O de las cañadas y bajos de la pampa húmeda argentina, apropiadas y cultivadas por los agricultores y vueltas a un estado natural de inundaciones con el regreso de las ya olvidadas grandes lluvias, o la vieja Santa Fe incapaz de resistir la erosión de la corriente del río Paraná y por ello trasladada varios kilómetros tierra adentro.

 5. Los tres niveles de la geopolítica terzaguiana

    Armado de esta concepción científica de la dialéctica entre el marco geográfico y la actividad humana, Terzaga pudo establecer una mirada geopolítica muy fructífera sobre  Latinoamérica, su provincia y su país, ya que el marxismo que él utilizaba sin jactancias era una herramienta para el análisis sereno y sin prejuicios, tan alejado de la escolástica stalinista como del pseudopurismo “clasista” del extremo opuesto.

   En relación a nuestro Continente indohispano como lo llamaba con propiedad Augusto César Sandino, el hombre de Rio Cuarto explicó en sus análisis geopolíticos la unidad esencial de América Latina, la presencia de una “nación subyacente”, identificable por “la unidad de idioma, raza, cultura, tradición histórica e intereses económicos” (65) e impedida de constituirse en un solo Estado por “la debilidad de las condiciones sociales y la oposición de los grupos nativos” (66) asociados a los intereses balcanizadores de Gran Bretaña (“la tarea divisionista encarada por los imperialismos para poder consolidar su influencia”, agrega después en plural, para abarcar también la intervención tardía yanky) (67). En otro análisis, muestra que “no hay en Indoamérica causas reales de división u hostilidad” (68) e indica cómo de las tres más conocidas guerras fratricidas libradas en Sudamérica, las dos primeras  (Argentina-Brasil en 1827/28 y la Guerra del Paraguay en 1865/70) se debieron a “la intervención  del Imperio Británico”,  y la tercera -la Guerra del Chaco entre Bolivia y Paraguay en 1932/35- obedeció a los intereses de “las empresas petrolíferas”(Id.) asentadas en esos países: la Standard Oil norteamericana en la patria del Mariscal Santa Cruz y la Shell angloholandesa en tierras guaraníes. Encareció, además, como corolario de sus análisis, la necesidad de diseñar una “Geopolítica de la Unidad Latinoamericana” como gran proyecto emancipatorio.

   En aspectos puntuales, no es menos aguda la mirada geopolítica de Terzaga. Así, explica la feroz oposición norteamericana al presidente antiimperialista de Nicaragua a fines del siglo XIX, no tanto por las inversiones económicas subordinantes que el general José Santos Zelaya resistía, como por los “intereses estratégicos” de obtener en el país de Rubén Darío  -aún no se había construido el Canal de Panamá- una “ruta canalera y el otorgamiento de una base naval en el Golfo de Fonseca” (69). Y posando su ojos en el Brasil de 1956/57, comprobó con satisfacción latinoamericanista que la secular geopolítica expansiva y agresiva del gran país tropical estigmatizada por Alberdi, se había trocado en el siglo XX por otra opuesta, “merced a la reforma social y política” interna, dirigiéndose en adelante hacia “la conquista de sus tierras interiores” (70) y dejando de ser una pesadilla para sus vecinos. Y aun cuando Terzaga no lo dice, porque no estaba aun en la agenda cuando él falleció, ese cambio en la geopolítica brasileña fue el que posibilitó el acercamiento a la Argentina y la posterior constitución del MERCOSUR sobre la base del eje entre nuestros dos grandes países.

   Respecto al ámbito geográfico e histórico nacional, ampliando y rectificando a su maestro Alberdi, estableció que “la política argentina estuvo básicamente determinada por la invariable presencia de tres grandes (y no dos como afirmó Alberdi)  y diferenciadas unidades territoriales: Buenos Aires con su provincia, el Litoral y el Interior. No se trataba, por cierto -aclara- de un puro y fatal determinismo geográfico, sino del juego de los diversos intereses regionales. […]. Esas tres unidades determinaron, con su juego alternativo de rivalidades y alianzas, todo el marco geopolítico de la vieja Argentina” (71). Obviamente, cada unidad contenía un frente de clases específico, cuya lucha clasista se activaba en momentos de paz entre las regiones y se amortiguaba cuando estas se enfrentaban entre sí. En esta explicación juega un papel central el concepto de Buenos Aires, la Ciudad-puerto, como una periferia geográfica  centrifugante y enemiga de la unidad nacional, categoría que -como vimos arriba- lamentaba no hubiera desarrollado teóricamente Hugo Hassinger.

   La otra categoría geopolítica ausente en ese autor, la de “Frontera”, la utilizó creadoramente Terzaga para explicar el caso concreto de la Conquista del Desierto por el General Roca. En su biografía del dos veces presidente argentino dedicó un capítulo entero -que tituló precisamente “Un Cambio Geopolítico”- para dar cuenta de esta transformación que fue la base material de la Argentina moderna. Dice allí nuestro autor que ese cambio consistió en la substitución de la “política de la geografía pequeña” por la “geopolítica de la Patria grande”. La primera abrevaba en la aseveración sarmientina de que “el mal que aqueja a la República Argentina es la extensión” y que puesta en práctica por la oligarquía porteña -solo interesada en las tierras ubérrimas de Buenos Aires- fructificó en la pérdida del Paraguay (1811), de las provincias altoperuanas de Bolivia (1825) y del Uruguay (1830) y en la separación durante diez años de la gran Provincia-metrópolis, constituida en Estado independiente de 1852 a 1861. La segunda, por el contrario, personificada sobre todo en Julio Argentino Roca, “replicó agregando más extensión a la extensión” (72) con la incorporación del Desierto pampeano y la Patagonia. La geopolítica roquista “agregó al país el doble del espacio del que había poseído; alteró el viejo juego triangular de las unidades regionales; puso en vigencia una concepción geopolítica fundada en el gran espacio; ensanchó el país; las provincias interiores ganaron territorios nuevos”, y (…) “así echó las bases para el surgimiento de un nuevo Estado que ya no fuera  -como no lo fue-  la  expresión del predominio de una de las  tres unidades clásicas, sino de la Nación en su conjunto” (73). Tales los resultados positivos de la desaparición de  la Frontera.

   En relación a Córdoba en el país, Terzaga señaló y desarrolló una característica propia de la provincia y su capital, tan obvia que fue advertida desde la época colonial: su centralidad geopolítica en el mapa de la república, de la que derivarían en el tiempo múltiples consecuencias, impensables sin esa especificidad. En el capítulo XXV de su “Geografía”, el autor escribía en 1962: “La posición de Córdoba en el territorio argentino y americano asigna a esta vieja ciudad, y al estado provincial que se formó a partir de ella, un papel geográfico y político de considerable magnitud en la historia del país”. Pero aclara a renglón seguido que ese rol “no ha de verse como resultado de un  craso determinismo geográfico”, pues han contribuido a generarlo otras determinaciones de orden histórico: económicas, políticas y culturales (74).  Conforme a esta idea, analiza en las páginas siguientes ese rol de Córdoba en los tiempos de la Colonia , en la época de Rosas, en la crisis de 1852/1861, en las luchas del Ochenta por la capitalización de Buenos Aires y en los años que transcurrían al elaborarse aquel su texto tan importante.

   En referencia a la estructura histórico-geopolítica interna de la provincia, el  gran biógrafo de Roca advertía tres núcleos centrífugos en la provincia: Traslasierra al Oeste, Río Cuarto al Sur y San Francisco al Este, cuyos componentes geográficos como determinantes  relativos no tenían igual peso en una región que en otra: este componente predominaba sobre todo en Traslasierra, incomunicada largamente con el resto de la provincia por  el obstáculo natural de las Sierras Grandes y ligada a San Luis y La Rioja; y era casi inexistente en San Francisco, a metros de la provincia de Santa Fe, porque el mayor peso del localismo no estaba dado por su ubicación geográfica sino por la presencia mayoritaria de una población extranjera similar a la santafesina. En cuanto a Río Cuarto, éste era un caso intermedio porque su ubicación -su “relativo aislamiento” escribe Terzaga- en un espacio excéntrico a la Capital provincial, determinó el predominio del latifundio ganadero, la influencia del camino que unía Chile con Buenos Aires, y su funcionamiento como antemural contra las invasiones indias, tres factores de cuya confluencia surgió la identidad singular de la ciudad meridional. Afortunadamente -y aquí surge la actividad humana nuevamente- se hizo presente la acción centralizadora  del “Estado cordobés”, […] “que se mostró así capaz de compensar las tendencias centrífugas de la periferia” y evitar el fraccionamiento provincial (75).

   En algunas ocasiones, se debe señalar, Terzaga utilizó el término “Geopolítica” en una forma más libre, en una segunda acepción, como indicamos arriba, sin hacer referencia al concepto estricto que habitualmente él denota, sino designando una política territorial o de expansión o contracción espacial practicada por algún Estado. Tal el uso que le da, por ejemplo, en una nota de la serie “Destino y rostros de América”, donde había señalado -en ocasión de la Conferencia de Presidentes americanos de Panamá en 1957- el “absurdo” de  “convertir a Bolívar en un precursor de la unidad de toda América, (incluido los EE.UU. RAF) concebida por la geopolítica del Departamento de Estado desde los tiempos lejanos de Monroe…”(76), o como cuando habla de la “geopolítica de la patria chica” sarmientina, que “padeció el horror al vacío” y tendía constantemente a desprenderse de grandes fracciones del ex territorio virreinal (Bolivia, Uruguay, Paraguay, casi la Patagonia), limitándose a conservar celosamente solamente las fértiles praderas de la pampa húmeda de la oligarquía, conducta ésta explicable  porque esta “no era una clase nacional” ni burguesa. Y esto es así porque “la noción del espacio geográfico soberano, dice Jorge Abelardo Ramos, aparece cuando se han generado las condiciones de producción capitalista requeridas para ese espacio o cuando el interés dinástico anticipa las condiciones políticas de esa soberanía” (77).

   El general Juan Enrique Guglialmelli escribía en 1979 que “en el último cuarto del Siglo XX, resulta inadmisible desconocer las recíprocas influencias, ignorar la relaciones entre la geografía y la política” (78). Terzaga, como vimos, lo hizo desde mucho antes del comienzo de la etapa señalada por Guglialmelli. En la época en que esta materia parecía especialidad reservada a los militares -el coronel (R.) Jorge Atencio, el Teniente coronel Julio Sanguinetti, los contralmirantes Fernando A. Milla y Gregorio Portillo, etc.-  él abrió una picada desde la cosmovisión interpretativa de la Izquierda Nacional.          Otros, integrantes de esta corriente latu sensu, le seguirían: el chileno Pedro Godoy, titular del CEDECH e infatigable impugnador de la geopolítica de  “patria chica” del Estado trasandino; Jorge Enea Spilimbergo, con su notable ensayo “De los Habsburgos a Hitler” y otros escritos; el propio Ramos en algunas páginas dispersas de sus grandes obras; Andrés Soliz Rada, de Bolivia, siempre atento a la geopolítica brasilera de gran potencia regional; el creador de la Izquierda Nacional uruguaya, Vivián Trías, autor de “Imperialismo y Geopolítica en el Rio de la Plata; Enrique Lacolla, a quien ya mencionamos; Julio Fernández Baraibar, quien en su libro “Un solo impulso americano” del 2005 estudia los orígenes del eje geopolítico Argentina-Brasil, y Néstor M. Gorojovsky, quien en su curso  de “Introducción a la Geopolítica” de 2010, después de situar históricamente a la geopolítica metropolitana, propone los “elementos básicos de una Geopolítica de la  reunificación latinoamericana”.

Merecen especial mención dos estudiosos cordobeses que, sin enrolarse en la corriente de ideas de Alfredo Terzaga, se encuentran cerca de la misma por pertenecer al campo nacional y popular: el Lic. Carlos A. Pereyra Mele, Licenciado en Ciencias Políticas por la Universidad Católica de Córdoba, especialista reconocido en Geopolìtica Sudamericana y titular de la Cátedra Libre del Pensamiento Nacional de la Universidad de la Patagonia, y el Dr. Edmundo Heredia, historiador de las relaciones entre los países latinoamericanos.  De la mano de ellos la Geopolítica ha comenzado a penetrar en los claustros universitarios después de un  segundo período de desprestigio, originado en su ligazón con la siniestra teoría militar de la “Seguridad Nacional” en los años Sesenta y Setenta. En esta triste etapa, cuando Terzaga se esforzaba por darle una orientación nacional y democrática a la disciplina, la “geopolítica -como escribe  Joseph Comblin- es  utilizada por los ideólogos de la Seguridad Nacional” (porque) “ella les proporciona argumentos científicos (o que pretenden serlo)” (79).   Y “sin embargo,  -aclara- la geopolítica, en si misma, no está necesariamente ligada a la ideología de la Seguridad  Nacional” (80).  En efecto: ya en la década de los Noventa, Heredia y su equipo del “Programa de Historia de las Relaciones Interamericanas” de la Universidad Nacional de Córdoba utilizan conceptos de clara raigambre geopolítica: Región (81), Dimensión espacial, Macroespacio latinoamericano, Fragmentación territorial, Biocenidad, Conformación longitudinal de América, Transversalidad  euroasiática, Unidad de  América Latina, etc, y examinan las concepciones de varios geopolíticos latinoamericanos (82). El Dr. Heredia reconoce el carácter científico de la disciplina, pero -expresando una vieja desconfianza- preferiría que “a esta forma de concebir el espacio se le diera otro nombre para evitar  cualquier confusión con una especulación puesta al servicio de la guerra” (83), no obstante lo cual años atrás había realizado unbalance claramente geopolítico del sistema latinoamericano  de naciones en el siglo XIX y había hablado sin reservas del “la estrategia geopolítica sudamericana de Brasil”(84).Y luego, esbozando una línea de Geopolítica latinoamericana como programa histórico-estratégico a realizar, afirmará acertadamente que “en lugar de plantear una hipótesis de conflicto, como es ostensible en la  generalidad de los estudios geopolíticos (…) el énfasis debe estar puesto en la integración, en la unión de la partes” (85).

   En cuanto a Pereyra Mele, menos preocupado por cuestiones de denominación, asume directamente su tarea de geopolítico en el “Centro de Estudios Estratégicos Suramericanos” (CEES) y administra el sitio digital “Dossier Geopolitico”, desde donde plantea una estrategia geopolítica antiimperialista y nacional.

    Pero Alfredo Terzaga, junto con Trías, fue el primero y quien más frecuentó la disciplina geopolítica como instrumento esencial de un análisis totalizador. A casi cuarenta años de su muerte prematura, así lo recordamos.

                                                           Córdoba, 10 de diciembre de 2012.

               

 N O T A S

 1)      Rosental-Iudin: “Diccionario Filosófico”, Ediciones Universo, Rosario 1967, pàg.202.

 2)      Federico Daus: “Que es la Geografía”, Editorial Columba, Quilmes 1966, pàg.58.

3)      Le Monde Diplomatique: “Primer Diccionario Altermundista”, Buenos Aires 2008, pàg.167.

 4)      R.Hennig & L.Korholz: “Introducción a la Geopolítica”, Editorial Pleamar, Buenos Aires 1981, pág. IX.

5)      Olivier Zajec: “Australia, la potencia discreta”, en “Le Monde Diplomatique” nº 129, Buenos Aires, marzo de 2010, pág. 28.

 6)      Jorge Plejanov: “La Concepción Materialista de la Historia”, en “Obras Escogidas”, Editorial Quetzal, Buenos Aires 1964, Tomo I, pàg.475.

 7)      Carlos Marx: “El Capital”, Editorial Cartago, Buenos Aires 1966, Tomo I, pàg.301.

 8)      Jorge Abelardo Ramos: “De Octubre a Septiembre”,  Peña Lillo Editor, Buenos Aires 1959, pág.124.

 9)      Friedrich Ratzel decía que “el medio natural sirve como soporte rígido a los humores y aspiraciones variables de los hombres y regula los destinos de los pueblos con ciega brutalidad” (En Ricardo Figueira, comp.: “Geografía, ciencia humana”, Centro Editor de América Latina, Buenos Aires 1987, pàg.27).

En lo que nos concierne, Ratzel, desechando factores históricos contingentes, explicaba, por ejemplo, que “el área templada norteamericana va a ser siempre más poderosa que la correspondiente de Sudamérica, pues la primera se extiende a lo ancho de la zona templada, mientras que la segunda tiende a disminuir en dirección al Polo Sur” (En Cnel. Augusto B. Rattenbach, comp.: “Antología Geopolítica”, Editorial Pleamar, Buenos Aires 1975, pag.44).

 10)  Josué de Castro: “Geopolítica del Hambre”, Editorial Raigal, Buenos Aires 1955, pàg.11.

11)  Pierre Celerier: “Geopolítica y Geoestrategia”, Editorial Pleamar, Buenos Aires 1979, passim.

 12)  Recién en 1916 el sueco Rudolf Kjellen acuñó el término “Geopolítica”, aunque sus elementos -proporcionados por Karl Ritter, Friedrich Ratzel y Eliseo Réclus- eran bastante anteriores.

13)  Carlos Marx, citado por Jorge Plejanov en “Las Cuestiones Fundamentales del Marxismo”, en “Obras Escogidas” cit. Tomo I, pág.381.

 14)  Carlos Marx: op. Cit, T.I, pág.408.

 15)  Idem, pág.67.

 16)  Idem, pág.409.

 17)  Carlos Marx y Federico Engels: “Correspondencia”, Editorial Problemas, Buenos Aires 1947, pàg.80.

 18)  Idem, pág.83.

 19)  Federico Engels: “El Anti-Dûring”, Editorial Claridad, Buenos Aires 1970, pág. 190.

 20)   Idem, idem.

 21)  Carlos Marx-Federico Engels: “La Ideología alemana”, Editorial Need, Argentina, 1999, pág. 64.

 22)  Jorge Plejanov: “Las Cuestiones Fundamentales del Marxismo”, Obras Escogidas cit, pág. 381.

Los cargos de un cierto determinismo geográfico y de mecanicismo los ha sufrido  Plejanov por frases como éstas: “Las relaciones que se han hecho posibles  originalmente, sólo por las características del ambiente geográfico dejan su  impresión sobre la fisonomía de las tribus primitivas. Los isleños se distinguen marcadamente de aquellos que habitan en los continentes” (Jorge Plejanov: “La concepción monista de la Historia”, Editorial Fondo de Cultura Popular, Méjico 1958, pág.115).

 23)  Jorge Plejanov: “La Concepción Materialista…” cit., pág. 480.

 24)  León Trotsky: “1905”, Ediciones del CEIP, Buenos Aires 2006, pág.13.

 25)  León Trotsky: “Historia de la Revolución Rusa”, Editorial Galerna, Buenos Aires 1972, pág. 17.

26)  Pierre George: “Sociología y Geografía”, en Ricardo Figueira, op. Cit., pág. 150.

 27)  Carlos Marx, cit. Por Umberto Melotti: “Marx y el Tercer Mundo”, Amorrortu Editores, s/f edición, pág. 105.

28)  Federico Engels: “El Anti-Duhring” cit., pág.191.

29)  Carlos Marx, cit. en Umberto Melotti: op. cit., pág. 44.

30)  Carta cit. en idem. supra, pág. 122.

 31)  Gustavo Mayer: “Federico Engels. Una biografía”, Fondo de Cultura Económica, Madrid 1979, pág.448.

 32)  Carlos Marx y Federico Engels: “Correspondencia” cit., pág.313.

 33)  Carlos Marx-Federico Engels: “La Ideología alemana” cit., pág.84.

 34)  Carlos Marx y Federico Engels: “Correspondencia” cit., pág.288.

 35)  Carlos Marx y Federico Engels: “Sobre el Sistema Colonial del Capitalismo”, Ediciones Estudio, Buenos Airea 1964, pág.169 (Federico Engels: “Afganistán”).

 36)  Carlos Marx: “El Capital” cit. T.I, pág.564.

 37)  Federico Engels: “Temas Militares”, Editorial Cartago, Buenos Aires 1974, passim

 38)  León Trotsky: El Fascismo”, Carlos Pérez Editor, Buenos Aires 1971, pág. 109.

 39)  Jorge M. Mayer: “La Geopolítica Alberdiana”, Academia Nacional de Derecho y Ciencias Sociales, Buenos Aires 1986, pág. 55.

 40)  Juan B. Alberdi, cit. en op. precedente, pág. 66.

 41)  Juan B. Alberdi: “Escritos Póstumos”, Imprenta Europea y  A. Monkes, Buenos Aires 1895/1901, Tomo XI, pág. 154/56, en la “Selección” de Oscar Terán: “Alberdi Póstumo”, Punto Sur Editores, Buenos Aires 1988, pág.103.

 42)  Juan B. Alberdi: “Obras Completas”, La Tribuna Nacional, Buenos Aires 1886/87, Tomo VII, pag.31, cit. por Jorge M. Mayer en op. cit., pág. 61.

 43)  Juan B. Alberdi: “O,C.”, Tomo VI, pág. 484, cit. en Jorge M. Mayer, op. Cit., pág.62

 44)  Jorge M. Mayer: op. cit, pág. 61.

 45)  Idem, pág. 57.

 46)  Juan B. Alberdi: “Escritos Póstumos”, reedición de la Universidad Nacional de Quilmes, Capital Federal  1997, Tomo I, pág. 415.

 47)  Idem, pág. 160.

 48)  Idem, pág. 440.

 49)  Idem., pág.95.

 50)  Cit. en Enzo Alberto Regali: “Abelardo Ramos. De los astrónomos salvajes a la Nación Latinoamericana”, Ediciones del Corredor Austral, Córdoba 2010, pag.295/296. “Azul y Blanco” era un periódico nacionalista que dirigía Marcelo Sánchez Sorondo.

 51)  Gral Juan Enrique Guglialmelli: “Geopolítica del Cono Sur”, El Cid Editor, Buenos Aires 1979, pàg.19. Se refiere a Rogelio Frigerio.

 52)  Gustavo Cangiano: “El Pensamiento vivo de Arturo Jauretche”, Ediciones de la Izquierda Nacional, Buenos Aires 2003, pág.109.

 53)  Arturo Jauretche: “Política Nacional y Revisionismo Histórico”, A. Peña Lillo Editor, Buenos Aires 1959, pág. 53.

 54)  Arturo Jauretche: “Ejército y Política”, Ediciones Corregidor, Avellaneda 2008, pág.26.

 55)  Idem., pág. 181.

 56)  George Leichtheim: “Breve Historia del socialismo”, Alianza Editorial, Madrid l970, pág. 334

 57)Alfredo Terzaga;“Claves de la Historia de Córdoba”, UNRC, Rio Cuarto 1996, y   “Geografía de   Córdoba”, Editorial Assandri, Córdoba 1963.

 58)Alfredo Terzaga:“Historia de Roca”, 2 tomos, A. Peña Lillo Editor, Buenos Aires 1974.

 59)Alfredo Terzaga: “Claves para la Historia Latinoamericana”, Alción Editora, Córdoba l985, y “Notas de Historia Nacional”, Editorial Argos, Córdoba 1995.

 60)Alfredo Terzaga; “Claves para la Historia Latinoamericana” cit. pág. 69.

 61)Alfredo Terzaga; “Geografía de Córdoba” cit., pág. 293.

 62)Alfredo Terzaga: Comentario bibliográfico al libro de Hugo Hassinger: “Fundamentos Geográficos de la Historia”, Revista del Banco de Córdoba nº 16,           Córdoba, diciembre de 1959, pág. 114.

 63)Idem., pág. 112.

 64)Alfredo Terzaga: “Geografía…” cit., pág. 284.

 65)Alfredo Terzaga: “Claves de…” cit., pág.46. Tanto la fórmula de Sandino, como la de Manuel Ugarte (Hispano América o América Latina) dan cuenta de los dos componentes de nuestro continente mestizo: el de los pueblos originarios y el de las naciones ibéricas: España y Portugal).En cambio, la denominación de “Indoamérica” utilizada por Haya de la Torre es incorrecta, porque ignora el aporte luso-hispano y repite dos veces la mención a lo americano: Indo y América, precisamente. Es una fórmula circular.

 66)Idem., pág.12.

 67)Idem.,pág. 23.

68)Idem.,pág.45.

 69)Isem., pág. 72.

 70)Idem., pág. 66.

 71)Alfredo Terzaga: “Historia de Roca” cit., Tomo 2, pág.168

72)Idem., pág.157.

 73)Idem., pág.169.

 74)Alfredo Terzaga: “Geografía cit…”, pág. 293.

 75)Idem., pág. 295.

 76)Idem., pág.56.

 77)Jorge Abelardo Ramos: “Historia de la Nación Latinoamericana”, A. Peña Lillo Editor, Buenos Aires 1968, pág. 232.

 78) Gral. Juan Enrique Guglialmelli: op. cit., pág.17.

79)Joseph Comblin: “El Poder Militar en América Latina”, Ediciones Sígueme, Salamanca (España) l978, pág.35.

80)Idem., idem. Tan es así, que algunos militares patriotas han esbozado -a contramano de la Doctrina de la Seguridad Nacional- una Geopolítica nacional y antimperialista como han hecho el General E. Mercado Jarrín en el Perú, el General Juan Enrique Guglialmelli, ya citado, en Argentina, o el Coronel Jorge Luis Brito Albuja en el Ecuador.

 81)Según la escuela francesa, la “Región” (en su sentido “natural”, no político) es la base conceptual de una geografía humana realmente científica, ya que en ella -a diferencia de las ciencias auxiliares sistemáticas que consideran la homogeneidad- se conjugan elementos terrestres heterogéneos coexistiendo en el mismo espacio y siendo organizados por la actividad del hombre  (V. trabajos citados de Ricardo Figueira y Federico Daus,  passim).

 82) V. especialmente Edmundo Heredia et al: “América Latina. Isla o archipiélago”, edición de la Universidad Nacional de Córdoba, Córdoba 1994; Edmundo  Heredia: “Espacios Regionales y Etnicidad”, Alción Editora, Córdoba 1999, y Edmundo Heredia et al: “Los Escenarios de la Historia”, Edición de la UNC, Córdoba l996. En este último libro, una de las colaboradoras, Delia del Pilar Otero, examina “el pensamiento geopolítico” de “tres autores latinoamericanos”: Augusto Pinochet Ugarte (Chile), Golbery de Couto e Silva (Brasil) y Justo Briano (Argentina). A este respecto, debe señalarse, como bien indica Néstor M. Gorojovsky, que “las diversas geopolíticas pretendidamente nacionales que se redactaron en nuestras tierras son…meras elucubraciones sobre el mejor modo de defender nuestro mutuo aislamiento” (op. cit. en el texto)

 83)Edmundo Heredia: “Los Escenarios de la Historia” cit., pág.13.

 84)Edmundo Heredia: “El Perú y el sistema latinoamericano de naciones en el Siglo XIX”, en revista “Todo es Historia” nº 234, Buenos Aires noviembre de 1986, págs. 80/92.

 85)Edmundo Heredia: “América Latina…” cit, pág. 12.